- Raquel Abraham
| EDITORIAL |

Ilustración: Flori Rodri
Nunca me llevé bien con los horarios y los que me conocen lo saben. Suelo llegar a las reuniones 10 minutos después de la hora acordada. Y sé que no está bueno, que es una falta de respeto para la persona que me está esperando, pero a veces siento (obvio que no lo es) que no puedo evitarlo.
Tampoco sé por qué soy así. Cuando era chica llegaba súper puntual a todas partes. Lo que pasa es que mi papá, principalmente (mi mamá también pero lo tengo más patente al recuerdo en mi papá), no solo que era puntual, sino que llegaba (y lo sigue haciendo) 5 o 10 minutos antes de la hora asignada. (Lo que también puede convertirlo en impuntual si nos ponemos a hilar fino).
Pero claro, cuando me “independicé” de las llevadas y traídas de mis progenitores y tuve que yo misma organizar mis horarios para cumplir con mis compromisos, situación que se me presentó en su plenitud en Córdoba en mi época estudiantil, me percaté del pésimo manejo que tenía (pongo el verbo en pasado para convencerme de que ahora he mejorado), del tiempo.
Esta cualidad repudiable se manifestaba en distintas situaciones, algunas triviales y otras no tanto: como cuando me encontraba con alguien a tomar un café o cerveza y yo siempre llegaba un poco tarde, sin considerar que esos 10 minutos “de gracia” no eran para nada graciosos para quien estaba esperando, o cuando llegaba tarde a una clase, por ejemplo.
Pero además de afectar a otros con mi impuntualidad, lo cual por supuesto, no me enorgullece, me perjudicaba principalmente a mí: He pasado muy malos tragos debido a esta mala costumbre, que siempre viene acompañada de salir a las apuradas. Recuerdo una vez que me dejé la campera cuando me estaba yendo a Bariloche de viaje de egresados (¡la campera!) y mis viejos tuvieron que salir corriendo a traérmela y tuvimos que retrasar unos minutos (seguramente 10) al chofer para que no se vaya sin que ellos puedan alcanzarme mi abrigo. Llegué tarde a citas médicas, psicológicas, y al cine, un clásico.
Mis penurias continuaron cuando me uní a mi actual pareja, que si bien es un derroche de virtudes, la gestión del tiempo no sería una de ellas. Por lo menos mis demoras son recatadas, tímidas, de tan solo 10 minutos. Las de Nico (mi pareja) son extrovertidas y grandilocuentes. Se imaginarán que su fresco relax ante la vida, tampoco colabora en mi propia recuperación. Vivo recaídas permanentemente.
Si bien es cierto que de adulta he mejorado notablemente, sigo padeciendo por momentos esta condición. Y les juro que lo padezco: Yo que soy ansiosa, esto de andar a las corridas por la vida, no me favorece en absoluto. El corazón se me acelera cuando entro al auto con la certeza de que estoy saliendo 10 minutos tarde, que harán que indefectiblemente llegue tarde a destino y me voy odiando y compadeciendo al mismo tiempo, en el trayecto.
Como no soy mezquina, convido porciones de impuntualidad a quienes me rodean. Una de las convidadas es mi hija mayor, cuando la llevo a la escuela y generalmente al límite de la hora de entrada. Obviamente ya salimos con el nerviosismo de quien debe cumplir una misión imposible. Las raras veces que llegamos 8.01 nos sentimos en la gloria y hasta lo celebramos con un choque los cinco. ¡No me juzguen!
Es por eso que, (dejando de lado las ironías y el humor), en junio decidimos hablar de GESTIÓN DEL TIEMPO.
Seguramente como yo, existen muchas personas que sobreestiman la cantidad de actividades que se pueden realizar en un mismo día, y llegado el momento no cumplen con la agenda mental que se habían planteado. Solemos quedarnos con esa sensación angustiosa de que “el tiempo no nos alcanza”, de frustración y también de estrés, por vivir acelerados, aun cuando se trata de momentos de ocio.
La buena noticia es que existen técnicas y estrategias para mejorar nuestra organización y rendimiento en nuestra vida cotidiana. Intuyo también que aquellas personas que se organizan y diagraman un plan de acción, son también más productivas, entendiendo a la productividad no como resultados en cantidad de tareas, sino en la eficacia en el cumplimiento de objetivos con la máxima optimización del recurso más preciado que tenemos: el TIEMPO.
Si hay algo de lo que estoy segura, es de que todos podemos cambiar si así lo deseamos, y que para lograr nuestros objetivos, debemos comenzar por establecer nuevos HÁBITOS. ¿Nos acompañan en este camino de desaprender patrones de conducta que nos debilitan, para incorporar otros que nos hagan más felices? Allá vamos.
por Raquel Abraham
Periodista y comunicadora.
"Amo contar historias inspiradoras".

San Salvador de Jujuy celebró sus 432 años de historia con una gran fiesta popular en Alto Comedero, que por primera vez fue sede de la Serenata a la Ciudad. Más de 20.000 personas se acercaron al cruce de las avenidas Forestal y Snopek para vivir una tarde y noche a pura música, tradición y encuentro comunitario.
Desde las 17, el barrio comenzó a llenarse de familias, amigos, mates compartidos y muchas ganas de festejar. El programa cultural Tiempo de Tradición abrió la jornada con la participación de agrupaciones gauchas, ballets folklóricos y artistas locales como Tati Domínguez y el Dúo Salamanca, que conectaron al público con las raíces jujeñas.
A medida que caía la noche, la energía fue en aumento. El escenario recibió a músicos de toda la provincia: José Rojas —ganador del Pre Hornitos—, Kimsa Juy, Micaela Chauque, Tomás Lipán y La Cantada, entre otros. La danza y el canto se mezclaban con los aplausos de un público entusiasta que no paraba de celebrar.
El broche de oro llegó con la presentación gratuita de Los Tekis, quienes ofrecieron su música como regalo para su ciudad natal. Antes del show, recibieron el aplauso emocionado de la multitud al recibir un premio que les debía la ciudad desde hace años. El reconocimiento fue tan cálido como la entrega del grupo sobre el escenario.
Durante toda la jornada se respiró un ambiente festivo y familiar, con organización impecable, espacios bien preparados y un despliegue técnico que permitió disfrutar de cada detalle. No faltaron los puestos de comida, los banderines de colores y los celulares registrando una noche que quedará en la memoria de muchos.
La Serenata a la Ciudad se transformó en mucho más que un evento musical: fue una declaración de pertenencia, identidad y celebración colectiva. Y Alto Comedero, con su gente y su paisaje urbano vibrante, fue el mejor escenario posible para esta nueva tradición.
“La jefa“ está de vuelta en su tierra y lo hace a su inigualable estilo, con identidad, emoción y un despliegue visual, en escenarios únicos y cinematográficos de nuestra querida provincia.

Cazzu, la artista internacional, nacida en Fraile Pintado, elige nuevamente Jujuy para filmar imágenes para su nuevo disco “Latinaje“ que se estrena el 24 de abril.
Las locaciones elegidas son dos joyas naturales que forman parte del principal circuito turístico de Jujuy: la Quebrada de las Señoritas y la mística fuente del Jaguar en San Francisco.
La producción también incluye tomas en Maimará (con imágenes del icónico cementerio), Tilcara, Purmamarca y Uquía, con el Carnaval jujeño y la participación de diablos de distintas comparsas de la Quebrada, en una puesta llena de color, cultura, paisajes y tradición.
La grabación es posible gracias al trabajo conjunto entre la producción de Cazzu, Film Comission de Jujuy y el Ente de Promoción Turística, a través del acompañamiento permanente del Ministerio de Cultura y Turismo. En este marco, se destaca especialmente la colaboración de los municipios de Uquía y San Francisco, que estuvieron a disposición durante toda la filmación. "Un disco, un viaje, muchas historias", es el copy que acompaña los adelantos de la filmación en el Instagram de Cazzu. El nuevo disco “Latinaje“ marca un hito en la carrera artística de Cazzu y es una gran oportunidad para mostrar a Jujuy como escenario de producciones de alto nivel.
La cantante demuestra, una vez más, que lleva a su provincia en el corazón, y la transforma en arte, con expansión internacional.