La competencia de trail running concluyó con éxito en las Salinas Grandes, con la participación de más de 2.400 corredores de distintas provincias y del extranjero, promoviendo los paisajes de Salta y Jujuy.

La edición 2025 del Raid Columbia de los Andes culminó este domingo 27 de abril con una jornada memorable en las imponentes Salinas Grandes, marcando el cierre de tres días de intensa actividad que recorrieron paisajes emblemáticos del norte argentino.
Más de 2.400 corredores, provenientes de distintas provincias y del extranjero, participaron en esta competencia que fusiona deporte, naturaleza y cultura. La primera etapa se desarrolló en Campo Quijano. La segunda conectó Tumbaya y Purmamarca, atravesando el majestuoso Cerro de los Siete Colores. Finalmente, el desafío concluyó en las Salinas Grandes, a más de 3.300 metros de altura, con un recorrido de 10 kilómetros sobre la vasta superficie salina.
La última etapa, aunque la más breve en distancia, presentó uno de los mayores desafíos debido a la altitud y al terreno irregular. Bajo un cielo despejado, los corredores debieron administrar su esfuerzo en un entorno tan exigente como impactante.
En el plano deportivo, los jujeños Roberto Tolaba y Muriel Sánchez se destacaron al obtener los mejores tiempos de la clasificación general, coronando un desempeño sobresaliente en las tres etapas.
El evento dejó también un fuerte impacto turístico. Localidades como Purmamarca y Tilcara registraron altos niveles de ocupación hotelera y una intensa actividad en servicios gastronómicos y turísticos. La articulación entre organismos provinciales, como la Secretaría de Deportes, el SAME, la Policía de la Provincia y la Secretaría de Turismo, fue fundamental para garantizar la seguridad y el éxito de la competencia.
El Raid Columbia de los Andes 2025 reafirma a Jujuy como un destino de excelencia para el turismo deportivo, combinando desafíos atléticos con la riqueza cultural y paisajística de la región.
- Raquel Abraham
| EDITORIAL |

Ilustración: Flori Rodri
Nunca me llevé bien con los horarios y los que me conocen lo saben. Suelo llegar a las reuniones 10 minutos después de la hora acordada. Y sé que no está bueno, que es una falta de respeto para la persona que me está esperando, pero a veces siento (obvio que no lo es) que no puedo evitarlo.
Tampoco sé por qué soy así. Cuando era chica llegaba súper puntual a todas partes. Lo que pasa es que mi papá, principalmente (mi mamá también pero lo tengo más patente al recuerdo en mi papá), no solo que era puntual, sino que llegaba (y lo sigue haciendo) 5 o 10 minutos antes de la hora asignada. (Lo que también puede convertirlo en impuntual si nos ponemos a hilar fino).
Pero claro, cuando me “independicé” de las llevadas y traídas de mis progenitores y tuve que yo misma organizar mis horarios para cumplir con mis compromisos, situación que se me presentó en su plenitud en Córdoba en mi época estudiantil, me percaté del pésimo manejo que tenía (pongo el verbo en pasado para convencerme de que ahora he mejorado), del tiempo.
Esta cualidad repudiable se manifestaba en distintas situaciones, algunas triviales y otras no tanto: como cuando me encontraba con alguien a tomar un café o cerveza y yo siempre llegaba un poco tarde, sin considerar que esos 10 minutos “de gracia” no eran para nada graciosos para quien estaba esperando, o cuando llegaba tarde a una clase, por ejemplo.
Pero además de afectar a otros con mi impuntualidad, lo cual por supuesto, no me enorgullece, me perjudicaba principalmente a mí: He pasado muy malos tragos debido a esta mala costumbre, que siempre viene acompañada de salir a las apuradas. Recuerdo una vez que me dejé la campera cuando me estaba yendo a Bariloche de viaje de egresados (¡la campera!) y mis viejos tuvieron que salir corriendo a traérmela y tuvimos que retrasar unos minutos (seguramente 10) al chofer para que no se vaya sin que ellos puedan alcanzarme mi abrigo. Llegué tarde a citas médicas, psicológicas, y al cine, un clásico.
Mis penurias continuaron cuando me uní a mi actual pareja, que si bien es un derroche de virtudes, la gestión del tiempo no sería una de ellas. Por lo menos mis demoras son recatadas, tímidas, de tan solo 10 minutos. Las de Nico (mi pareja) son extrovertidas y grandilocuentes. Se imaginarán que su fresco relax ante la vida, tampoco colabora en mi propia recuperación. Vivo recaídas permanentemente.
Si bien es cierto que de adulta he mejorado notablemente, sigo padeciendo por momentos esta condición. Y les juro que lo padezco: Yo que soy ansiosa, esto de andar a las corridas por la vida, no me favorece en absoluto. El corazón se me acelera cuando entro al auto con la certeza de que estoy saliendo 10 minutos tarde, que harán que indefectiblemente llegue tarde a destino y me voy odiando y compadeciendo al mismo tiempo, en el trayecto.
Como no soy mezquina, convido porciones de impuntualidad a quienes me rodean. Una de las convidadas es mi hija mayor, cuando la llevo a la escuela y generalmente al límite de la hora de entrada. Obviamente ya salimos con el nerviosismo de quien debe cumplir una misión imposible. Las raras veces que llegamos 8.01 nos sentimos en la gloria y hasta lo celebramos con un choque los cinco. ¡No me juzguen!
Es por eso que, (dejando de lado las ironías y el humor), en junio decidimos hablar de GESTIÓN DEL TIEMPO.
Seguramente como yo, existen muchas personas que sobreestiman la cantidad de actividades que se pueden realizar en un mismo día, y llegado el momento no cumplen con la agenda mental que se habían planteado. Solemos quedarnos con esa sensación angustiosa de que “el tiempo no nos alcanza”, de frustración y también de estrés, por vivir acelerados, aun cuando se trata de momentos de ocio.
La buena noticia es que existen técnicas y estrategias para mejorar nuestra organización y rendimiento en nuestra vida cotidiana. Intuyo también que aquellas personas que se organizan y diagraman un plan de acción, son también más productivas, entendiendo a la productividad no como resultados en cantidad de tareas, sino en la eficacia en el cumplimiento de objetivos con la máxima optimización del recurso más preciado que tenemos: el TIEMPO.
Si hay algo de lo que estoy segura, es de que todos podemos cambiar si así lo deseamos, y que para lograr nuestros objetivos, debemos comenzar por establecer nuevos HÁBITOS. ¿Nos acompañan en este camino de desaprender patrones de conducta que nos debilitan, para incorporar otros que nos hagan más felices? Allá vamos.
por Raquel Abraham
Periodista y comunicadora.
"Amo contar historias inspiradoras".

San Salvador de Jujuy celebró sus 432 años de historia con una gran fiesta popular en Alto Comedero, que por primera vez fue sede de la Serenata a la Ciudad. Más de 20.000 personas se acercaron al cruce de las avenidas Forestal y Snopek para vivir una tarde y noche a pura música, tradición y encuentro comunitario.
Desde las 17, el barrio comenzó a llenarse de familias, amigos, mates compartidos y muchas ganas de festejar. El programa cultural Tiempo de Tradición abrió la jornada con la participación de agrupaciones gauchas, ballets folklóricos y artistas locales como Tati Domínguez y el Dúo Salamanca, que conectaron al público con las raíces jujeñas.
A medida que caía la noche, la energía fue en aumento. El escenario recibió a músicos de toda la provincia: José Rojas —ganador del Pre Hornitos—, Kimsa Juy, Micaela Chauque, Tomás Lipán y La Cantada, entre otros. La danza y el canto se mezclaban con los aplausos de un público entusiasta que no paraba de celebrar.
El broche de oro llegó con la presentación gratuita de Los Tekis, quienes ofrecieron su música como regalo para su ciudad natal. Antes del show, recibieron el aplauso emocionado de la multitud al recibir un premio que les debía la ciudad desde hace años. El reconocimiento fue tan cálido como la entrega del grupo sobre el escenario.
Durante toda la jornada se respiró un ambiente festivo y familiar, con organización impecable, espacios bien preparados y un despliegue técnico que permitió disfrutar de cada detalle. No faltaron los puestos de comida, los banderines de colores y los celulares registrando una noche que quedará en la memoria de muchos.
La Serenata a la Ciudad se transformó en mucho más que un evento musical: fue una declaración de pertenencia, identidad y celebración colectiva. Y Alto Comedero, con su gente y su paisaje urbano vibrante, fue el mejor escenario posible para esta nueva tradición.