| EDITORIAL |
Este mes en Revista Che, aprovechando un poco la inspiración de la primavera que se avecina, hablamos de RENACER. Y me pregunto qué significa para mí este concepto que escuchamos muchas veces y que también utilizamos con cierta liviandad.
Lo primero que me surge cuando pienso en renacer son momentos cruciales, bisagras, que marcan un antes y un después en nuestra existencia. Esta sería la acepción más grandilocuente, que nos transforma de manera tal que ya nada volverá a ser lo mismo.
Si pienso en renacimientos de mi vida, te puedo nombrar aquellos que me sacudieron como un terremoto: los nacimientos de mis hijas fueron sin dudas, los más sobrenaturales. Si bien parir a otro ser es lo “más natural del mundo”, no creo que haya una experiencia más surrealista que ser una persona individual, y de pronto, ver cómo te “multiplicas” celularmente en otra personita, con ojos, manitos, pelo… ¡un ser humano completo que surgió de tus “entrañas”!
En el nacimiento de mi primera hija, renací yo también. Ya no era solo una mujer, que hacía malabares para mantenerse entera, sino que, además, era responsable por el bienestar y la entereza de otro ser humano: Me llegó un título que ejerceré por el resto de mi vida: Renací en MADRE.
Como contracara de este renacimiento feliz, renací también con las pérdidas, Cuando murió mi mamá y comprendí que ya no la vería nunca más, me sentí huérfana, desamparada, con el corazón tan quebrado que me dolía en el cuerpo. Sin embargo recogí mis pedacitos y supe que hasta en las tristezas más profundas, volvería a reconstruirme y convertirme en una nueva persona, que ya no pronunciaría para sí la palabra más luminosa y acogedora del mundo. Renací en ADULTA.
Y renacemos varias veces en la vida: cuando nos viene la menstruación, cuando damos nuestro primer beso, Cuando nos recibimos. Cuando comenzamos a trabajar. Cuando nos mudamos.
Estamos diseñadas para afrontar los embates de la vida, aun cuando creemos que es demasiado y suplicamos a la vida que “ya es suficiente”, podemos lamernos las heridas y renacer, siempre en una persona más fuerte, más sabia, más valiosa para nosotras mismas.
Los ciclos de la naturaleza nos enseñan que todo nace, muere y vuelve a nacer. ¡qué magia! ¿verdad! La vida que nos habita y rodea es tan enorme…
Luego de la noche, el día.
Luego del invierno, la primavera.
Dormimos y despertamos.
Lloramos y reímos.
Morimos y volvemos a nacer.
Llegué a la conclusión de que no solo renacemos en esos momentos de quiebre en nuestra vida, sino que estamos en constante transformación, en una danza interminable, como un sube y baja de emociones y pensamientos.
Renacemos a diario, cuando damos un paso más para ir hacia ese destino que soñamos pero que nos asusta. Cuando a la noche hacemos ese esfuerzo extra y les leemos un cuento a nuestros hijos, cuando en el fondo lo que más deseamos es meternos en la cama. Cuando llamamos a esa persona que nos da fiaca, pero que sabemos que nos necesita.
Renacemos cuando nos superamos, cuando decimos SÍ con miedo, cuando decimos NO (para decirnos sí a nosotras mismas). Cuando nos sorprendemos al comprobar que somos mucho más de lo que creíamos, que nuestras virtudes son más grandes que nosotras y se imponen y prevalecen ante toda resistencia.
¿Cómo estás renaciendo en septiembre?
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