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Presentar a Nicolás Zárate es para mí una labor compleja. Resulta que pocas veces cuento con un bagaje de conocimiento tan amplio y profundo de mi entrevistado, como en esta oportunidad. En general, suelo hacer un boceto de la persona que tengo al frente, tras una percepción acotada al momento de la entrevista, e investigaciones previas, en un tiempo determinado. Pero para ser totalmente honesta con los lectores de nuestra revista, tal vez muchos lo saben y otros no, debo mencionar que el entrevistado que tengo al frente es mi pareja de hace ¡15 años! Con lo cual mi recorte de la realidad es un poquito más amplio que en otras entrevistas, como se imaginarán, y seguramente, estará teñido de mayor subjetividad.

De todos modos, me pondré el traje de “periodista” y trataré de mostrar otra faceta del Nicolás que solemos ver en las redes u otros medios, gracias a su aventura de crear una marca de ropa masculina, desde una zona periférica, y que logró capitalizar no solo como empresa, sino como marca jujeña: HUMAHUÁ. Hoy hablaremos del Nicolás papá, un rol que si le preguntaban hace 10 años, no aparecía en sus sueños ni por asomo: “Yo de más joven no tenía pensado como un proyecto de vida ni una familia ni hijos. Pero cuando fui formando mi pareja y creciendo con los años, me di cuenta que ese NO deseo era más una limitación que tenía en contra de mí mismo, que una expresión de deseo de libertad”, confiesa.


Nico Zárate

Sí, prepárense porque el tenor de esta charla tiene de trasfondo “años de terapia”, de caídas, de levantarse, de marchas y contramarchas. Una mente que intenta dominar un corazón, que intenta dominar una mente. Así es Nico, una llama a veces más encendida que otras, pero que nunca se apaga, aún en los momentos duros la reinventa para reavivar el fuego. Emprender es arriesgar y no admite tibiezas. Casi todo lo que se propone lo logra, aunque a veces la vida lo sorprende con proyectos no planeados, y que con el paso del tiempo, se convierten en su mejor empresa. No puedo imaginar hoy a Nicolás Zárate en un rol más pintado y que ejerza con mayor pasión que el de la paternidad.



Nico Zárate

La paternidad no estaba en la lista de tu “top ten” de deseos, pero llegó. Una vez que te convertiste en papá, ¿qué cambio en vos?

En mis fantasías de niño y adolescente, así como está el estereotipo de Susanita, yo era el “anti” Susanita: no tenía pensado como un proyecto de vida ni una familia ni hijos. Pero cuando fui formando mi pareja y creciendo con los años, me di cuenta que ese NO deseo era más una limitación que tenía en contra de mí mismo, más que una expresión de deseo de libertad. Era un temor. La terapia tuvo mucho que ver en este aprendizaje y en esta forma de querer encarar la vida. Empecé a tener la inquietud, antes que pasar del no deseo al deseo, tuve la duda, el cuestionamiento, el interrogatorio, el querer y no querer, plantearme y replantearme, hasta que finalmente la vida fue más sabia que yo y me dio esa posibilidad, conocer algo que me descolocó la vida. ¿En qué me cambió? En que por primera vez, yo pude ponerme en un segundo lugar, y sentir que había algo más importante y más interesante que yo mismo.


¿Sentís que sos el mismo papá con Juana (7) que con Olivia (1)?

Creo que no soy el mismo papá, porque yo no soy el mismo Nicolás de hace 7 años que el que soy hoy. La expectativa del primer hijo en mí tuvo otro shock, con Juana aprendí a ser papá y con Olivia ya era papá. Hay muchas cosas que creo que pude mejorar, como culpas, y siento que la relación con Olivia es más libre que lo que fue en sus inicios con Juana. Por otra parte el descubrimiento del primer hijo fue toda una sorpresa, descubrir la novedad de la primera, que no se puede repetir. La forma de relacionarme con ellas es diferente. Yo con Juana era mucho más cuidadoso y temeroso en cambio con Oli, desde el cuarto mes la doy vuelta en la cama que con Juana me animé a los dos años.


Nico, junto a Juana y Olivia

¿Qué valores se pusieron en juego con tu paternidad? ¿Cuáles mantenés de tu crianza y cuáles los dejaste de lado porque ya no te servían?

Yo creo que los valores que me gusta mantener son los valores del respeto hacia la otra persona: me gusta educarlas en el respeto hacia mayores, pares y menores. Me gusta mantener y comunicar el valor de lo equitativo y lo que corresponde. Esos valores los recibí y elegí quedármelos, aún con el esfuerzo de lo que significa muchas veces hacer lo correcto. Muchas cosas de las que sí trato de despojarme son de aquellas que tengan que ver con preconceptos o lo estrictamente moralista o el “qué dirán”. Trato de educarlas a las dos en libertad, por ejemplo con la decisión que tuvimos de no inculcarle un credo en particular, sino de que esa decisión la hagan ellas. Yo me eduqué como cristiano católico, pero dejo que las chicas elijan el camino que quieran. Sí me gusta que crean que en la vida hay una magia e incentivarlas a todo pensamiento o toda acción en ese sentido. No sé si eso es salvador, pero sí el sentir que hay algo más allá. Me gusta educarlas en que crean en ellas mismas y tratar de fomentarles lo más posible el valor de amarse y quererse. Creo que nosotros por cuestiones generacionales hemos sido educados más en el reto y el castigo y eso también ha afectado nuestra autoestima. Por eso trato de que, sin que sea una cuestión de que hagan lo que quieran lastimando a cualquiera, no llegar a ese extremo, pero que sí tengan libertad de equivocarse. Trato de darles la oportunidad de equivocarse, una dos, tres veces, y cuando es necesario, afianzar.


Hace no mucho tiempo, el padre era el proveedor de la familia y la que se encargaba de los chicos solía ser la mamá. ¿Cómo distribuyen roles en tu familia?

A mí me gusta cocinar, no solo de manera lúdica sino en el día a día, con lo cual ese rol es compartido, me gusta ir al súper, con lo cual ese rol es compartido. Me gusta bañarlas a las chicas, cambiarlas. No es lo que más me gusta cambiar pañales, es un esfuerzo, pero no es tampoco que digo, “esto no me corresponde”. Lo hago a regañadientes, pero considero que es un rol que me corresponde también hacerlo, aunque quizá lo hago en menores cantidades (risas).


Nico Zárate

¿Qué es lo que más disfrutás de tu paternidad?

Me gusta jugar, eso es algo que me propuse: quiero que sean hijas que jueguen con su papá, y después me di cuenta que yo me divertía en ese rol de jugar. Hay veces que estamos compartiendo reuniones de grandes con chicos, y vienen los chicos y me buscan porque saben que yo soy un artífice más de ese juego, a veces no tengo ganas, pero el hecho de que me busquen para eso me da la satisfacción de que hice un buen trabajo en ese sentido de compartir el juego. Y cuando comparto el juego me involucro en un cien por ciento, no es que lo hago para cumplir. Me gusta jugar al “Memotest”, al “Uno”, a los “Rasti”. Elijo pintar, jugar a la escondida y todo lo que sea deportivo y corporal. Y por ahí donde tengo que poner el pecho es en jugar a las muñecas y los “Pin y Pon”. También me gusta comprarles ropa.


Nico y Juana

¿Sos culposo en tu paternidad, por ejemplo cuando viajás o pasás mucho tiempo afuera?

Sí, siempre soy culposo.


¿Y cómo lo resolvés?

Lo disimulo (Larga una carcajada). No, igual lo hago, pero si viajo, trato de los días anteriores no armar otros planes sin ellas, porque considero que voy a estar afuera determinado tiempo y quiero compartir el tiempo previo al máximo, y a veces me culpabilizo. Pero cada vez lo trabajo más, y pienso que todo tiene que ser libre, en tanto y en cuanto, la pasemos bien todos.


¿Proyectas algún sueño personal en tus hijas?

Deseo que sean felices, deseo que sufran lo menos posible y lo menos traumatizante. Así como a mí me inculcaron que tenía que ser buen alumno, el mejor alumno, abanderado, etc, y que lo cumplí; aunque hoy no reniego, no quiero que carguen con ese peso de la educación. Sí quiero que tengan educación por el saber, porque la vida les va a ser más fácil sabiendo, que aprovechen ese tiempo en el colegio o cuando hacen los deberes, para su propio aprendizaje. Las cosas que yo no realicé y qué sí les aconsejaría que hagan (pero que no sería para nada cumplir un sueño), sería el de vivir algún tiempo en otro país. Es lo único que les diría.


Nico y Oli

¿Sentís que vas a ser celoso con tus dos hijas mujeres?

No lo visualizo todavía. No me molesta pensarlo y me divierte. Pero sí creo que sería activo en la participación de que, si veo que hay cosas que no están buenas, me gustaría decírselas. Como fuimos nosotros, que nos equivocamos de los errores que cometimos. Claro que a veces a nuestros padres no les gustaban nuestras parejas e igual estuvimos con esa persona, pero sí intervendría desde el diálogo si veo que algo no va bien y quiero evitar que sufran. No sería celoso si es que viven un buen amor.


"Por primera vez, yo pude ponerme en un segundo lugar, y sentir que había algo más importante y más interesante que yo mismo".





KIT PRIVADO DE NICO


Ropa: Remera blanca o negra de pima peruano, jean chupín, botas. Plato: Frutas frescas. Vino: La Churita y Siesta en el Tahuantisuyo. Serie: Breaking Bad, Peaky Blinders, Fargo y Luis Miguel. Libros: Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini, Siddartha, de Hermann Hesse y cualquiera de Haruki Murakami.


 

por Raquel Abraham

Periodista y comunicadora. Amo contar historias propias y ajenas. foto Ollie Wright

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Voy a anticipar que esta historia tiene un final feliz. Pero como todas las buenas historias, está teñida de conflictos, ilusiones, angustias, esperanzas…Como la vida misma. Desde que tiene uso de razón, Daniela Carrillo, quería ser mamá: “Fue algo que siempre soñé. No me imaginaba ni profesional, me imaginaba mamá, mi panza, dando la mamadera, era el deseo más importante”, recuerda. Sin embargo, como persona racional y lógica, primero hizo las tareas previas: en su caso estudió una carrera profesional, se recibió de médica, conoció a su actual pareja, Aldo, (también médico), y juntos, se encontraron en el mismo deseo de tener un hijo. “Después que me recibí y estando en pareja dijimos: ‘queremos ser papás’. Yo tenía 25 años. Sin embargo en ese momento estaba también lo consciente, teníamos que hacer una residencia, requiere mucho tiempo. Entonces dijimos ‘no es el momento’, esperemos a hacer la especialidad. Y ya con la residencia concluida, la especialidad terminada y una carrera consolidada llegó “su” momento de ser padres, pero pasaba el tiempo y el bebé no llegaba. “Cuando pasan los años ves a las amigas que son mamás, y cómo crían a sus hijos y cómo disfrutan ese vínculo, después vienen los sobrinos, y uno proyecta el deseo en ese vínculo. La realidad es que obviamente lo ideal muchas veces no se cumple: te imaginas la panza, los nueve meses, un parto divino y todo lo demás, sobre rieles”, reflexiona Daniela.


Daniela Carrillo

Lo cierto es que la vida la hizo esperar mucho más de lo que hubiese deseado para cumplir el sueño de convertirse en madre. Y la búsqueda se iba fraccionando por períodos de ¡cuatro años! Pasaron primero cuatro años intentando embarazarse de forma natural, como no ocurría, intentaron con tratamientos de fertilización asistida, y pasaron cuatro años más. Tiempo después, y luego de mucho análisis, Daniela y Aldo tomaron la decisión de inscribirse en el Registro de Adopción, y en junio de este año se iban a cumplir cuatro años más sin que llegue el bebé: “Empezamos a pensar que estábamos grandes, que quizá no sea nuestro destino, habíamos desplegado todas las posibilidades. Habíamos decidido que en junio de este año, no renovábamos más el registro”, relata Dani.

Y como en toda buena historia, después del nudo llega el desenlace, que tuvo todos los condimentos necesarios para un final feliz: emoción, sorpresa y giros imprevistos. A fines de mayo, Daniela se encontraba en París, cursando una beca laboral junto a una colega y amiga, cuando recibe el llamado de Aldo, diciendo que los habían llamado del Registro de Adopción y que tenían una entrevista la semana siguiente. Pocos días después, tras 15 años de espera, llegó el tan ansiado hijo a sus vidas: “Fue la emoción más grande. Sentía que no podía entrar en mi cuerpo. Fue la mejor noticia. Fui a París a hacer el reclamo personalmente” bromea Dani. Joaquín llegó a sus vidas para darla vuelta y desbordarla de amor y alegría. Y es que a sus 43 años y 50 de Aldo, la pareja disfruta de su bebé, que les enseña que, como dice Cerati “tarda en llegar y al final, hay recompensa”.



Daniela Carrillo

¿Cuándo nació tu deseo de ser madre? ¿Tenés un registro?

Creo que desde que tengo uso de razón la maternidad fue algo que siempre soñé, desde chica. Y cuando con Aldo quisimos que sea el momento de ser padres, no se daba. Empezó a crecer la ansiedad, la angustia, la situación de que no llegaba era muy angustiante para mí. Ya estaba con la especialidad, con el trabajo listo y no aparecía esto. Así que estuvimos como cuatro años buscando naturalmente, en el medio hubo una pérdida de embarazo. A partir de ahí, empezamos una serie de consultas, porque ya estábamos grandes, y tuvimos un equipo de médicos espectaculares acá en Jujuy que nos contenía y guiaba. Empezamos a hacer tratamientos. La noticia fue “no van a poder ser padres en forma natural” y ese fue el primer gran golpe. Todo lo que habíamos imaginado, no se iba a dar en forma natural. Empecé el proceso de aceptar eso acompañada por un psicólogo, porque más allá de que una piensa que le pasa a muchas mujeres, una cree que es la única. Es como un nudo en la garganta. Y empezamos los tratamientos, que parecen tan fáciles pero hay que poner mucho el cuerpo y se paga un costo emocional elevado, porque muchas veces esos tratamientos tampoco dan resultado. Y así pasamos otros cuatro años. Porque había que recuperarse después del tratamiento. Y esto lo habíamos hablado siempre con Aldo, hasta dónde íbamos a llegar con el tema de las intervenciones: dijimos “vamos a intentar hasta un cierto número de veces, y si no va, no va”. Hicimos los tratamientos que habíamos pautado y dijimos “basta”.


Y así viviste otro duelo más…

Sí, otro duelo más, pensar que la maternidad tampoco iba a ser así. En algún momento en la terapia hablamos de cuánto era posible ser mamá y de qué manera, que no era solo la biológica y que habían muchas opciones. Pero yo sentía que necesitaba primero duelar estas pérdidas para mí de la maternidad natural, para poder dar el paso de inscribirnos en ser padres adoptivos. Requirió mucho trabajo, y yo lo que siempre tuve claro es que el día que yo me fuera a anotar para ser padres adoptivos, tenía que tener todo resuelto, todo lo emocional, de que no iba a transferir a ese bebé mi frustración de no haber podido ser mama natural. Entonces hice mucho trabajo de gestar nuevamente el deseo. Así pasó un tiempo largo, de charlarlo, de que nos den ganas y después volver para atrás…Y una mañana, estando en el consultorio, me faltó una paciente y dije: ¡es el momento! y me fui a averiguar requisitos. Me había nacido esa sensación que no la había tenido antes. Dije ¿por qué no? Es una posibilidad para nosotros. Y me fui a tribunales. Volví al mediodía y le dije a Aldo: “son los requisitos que tenemos que presentar, ¿qué te parece?” “Bueno, me dijo. Lo hagamos”.


Y comenzó una nueva espera, la de la adopción…

Sí, de ahí tuvimos el proceso como seis meses más con entrevistas con psicólogos para ver si éramos aptos como padres adoptivos. De ahí elevan un informe y a los seis meses me llegó el numerito que me decía que estaba en el Registro de Adopción. Lo cierto es que pasó el tiempo y ya llevábamos cuatro años más esperando y renovando todos los años y así se nos pasaban los años. Empezamos a pensar que estábamos grandes, que quizá no sea nuestro destino, desplegamos todas las posibilidades. Empezamos a hablarlo también y habíamos decidido que en junio de este año no renovábamos más el registro. Y la llamada fue 15 días antes de que se venza la solicitud.

"Yo sentía que necesitaba primero duelar estas pérdidas de la maternidad natural, para poder dar el paso de inscribirnos en ser padres adoptivos. Requirió mucho trabajo"


Daniela Carrillo

Un llamado a París

¿Cómo fue el llamado del Registro de Adopción?

Yo estaba en una beca en París y lo llamaron a mi marido, a mí me faltaban cuatro días para volver. Lo llamaron a mi marido diciendo que nos teníamos que presentar en tribunales. Y le dicen que nos esperaban el martes siguiente a las 10 de la mañana. Me llama asustado, él estaba panicoso. A mí me empezó a latir el corazón rapidísimo. Era como que ya habíamos dicho que no íbamos a renovar más. Pero en eso también sabíamos que podía ser un llamado de pre selección. Entonces yo lo tranquilizaba, y le decía que no sabíamos nada todavía. Y mucho tuvo que ver mi amiga y colega que viajó conmigo, Luz, ella fue fundamental para bajarme las tensiones.


Pero en tu corazón, ¿sentías que se iba a dar esta vez?

Hubo muchos signos, yo soy muy espiritual. Ese viaje ha sido para mí un antes y un después, uno lee después las cosas que van pasando. En una de esas excursiones que teníamos los fines de semana, entramos a una iglesia. Yo tuve la necesidad de entrar a una iglesia, tocarme la panza y decir “listo, hasta acá llegue”. Yo siempre que entraba a una iglesia pedía por ser mamá, ¡creo que no quedó iglesia que no haya entrado y no haya pedido ser mamá! Pero al entrar a esa iglesia dije “listo”. Hicimos todo lo que estaba al alcance, el deseo está, pero ese amor se transformará en amor para los sobrinos, los ahijados, las amigas. Y ahí me sentí liberada. El último día que me despedía de mi jefe en Francia, él me llevó a una abadía porque me quería regalar algo para que me traiga de recuerdo. Fuimos un día que estaban exponiendo monjes que hacen trabajos artesanales y mi jefe me puso al frente de una pared donde había un montón de cuadritos, de imágenes de vírgenes y de santos, y me dijo: “Daniela elegite algo de acá”. Yo me elegí uno y el monje me bendijo, y cuando me despedí me dijo mi jefe: “Que la vida te ponga todo aquello que vos quieras o desees”. Yo lloraba porque todo me ponía piel de gallina. Cuando volví a la casa, abrí el regalo y era la Virgen de la Visitación, que en Latinoamérica equivale a la Virgen de la Anunciación, que es la que anuncia el embarazo a Isabel. En ese momento le dije a Luz: “No, esto no coincide con mi vida”. Al día siguiente, el llamado de Aldo y Luz escuchando con los ojos llenos de lágrimas. Fue todo así, como “preparate porque viene”.


"Yo tuve la necesidad de entrar a una iglesia, tocarme la panza y decir 'listo, hasta acá llegue'".


Daniela Carrillo


El amor es más fuerte

¿Y cómo siguió todo cuando volviste a Jujuy?

Cuando volví a Jujuy fuimos a la entrevista. Me salió preguntarle a la secretaria del juez si esto es significaba que había que esperar a otra entrevista y me dijo: “No, vayan a la casa, preparen a la familia y la casa, porque el lunes vienen a buscar a su hijo”.


¡Qué emoción! ¿Tenían algo preparado?

No, nada nada. Fuimos a almorzar con mi mamá, le dimos la noticia y ella lloraba. Toda la familia lloraba. Cuando dimos la noticia todos se emocionaron mucho, la familia y los amigos, que han vivido todo nuestro proceso. Mis amigas han compartido todo. Fue maravillosa la recepción que tuvo.


¿Y cómo recibieron a Joaquín?

De la emoción no habíamos preguntado nada, qué edad tenía, nada. Solo sabíamos que era varón y que aproximadamente tenía un año. El fin de semana nos preguntaron si queríamos que nos manden una foto para conocerlo, y con Aldo dijimos “No. Vamos el lunes y lo recibamos”.


¿Cómo fue ese primer encuentro?

Fue hermoso, una cosa maravillosa. Uno dice que el nacimiento es ese momento del trabajo de parto, pero este es un nacimiento del corazón, y sentís tanta emoción que calculo, como cuando das a luz. Él nos vio, nos sonrió y nos pasó la pelota que tenía. Nuestro camino de ser padres grandes, yo 43, Aldo 50, me da felicidad. La vida y Dios nos bendijeron con Joaquín porque es un niño feliz. Esta super afianzado, no tuvo problemas de adaptación. El termómetro nuestro es verlo sonreír, y es un bombón que nos tiene cada día mas enamorados.



Daniela Carrillo

¿Qué te dejó toda esta experiencia vivida?

Ha sido un crecimiento desde todo punto de vista. Yo siempre veía la vida como que lo que uno quería lo conseguía, de alguna manera. Pensaba que lo que uno generaba, eso se daba. Esto fue un gran golpe, porque no es como vos querés ni cuando vos querés. Esto tiene que ver con madurar y saber que todo llega cuando tiene que llegar, y si no llega es por algo. Cada cosa que me ha pasado, lo pienso así, con todas mis pérdidas, no por qué me pasa a mí, sino para qué me pasa a mí. Este ha sido el gran desafío de la vida, de practicar la espera, la paciencia. Creo que las cosas pasan para crecer, madurar, quizás como pareja, como ser humano, y cuando estás listo, si tiene que darse, se da. Hoy me siento una mujer que tiene muchas más herramientas emocionales, que tuvo que atravesar todo el proceso para hoy sentirse plena. Soy una mamá que se emociona a la noche cuando lo pongo en la cuna y se queda dormido, una mamá que disfruta cuando él sonríe, y vamos afianzando cada vez más ese vínculo. Me espera con una sonrisa y me empieza hablar en ese idioma como diciendo: “estoy feliz porque llegaste”. Yo me siento una mujer totalmente bendecida con la llegada de Joaquín a nuestras vidas.

Esto fue un gran golpe, porque no es como vos querés ni cuando vos querés. Esto tiene que ver con madurar y saber que todo llega cuando tiene que llegar, y si no llega es por algo".


Daniela Carrillo


 

por Raquel Abraham

Periodista y comunicadora. Amo contar historias propias y ajenas. foto Ollie Wright

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Ana Funes.

Elegí a Ana como la entrevistada de octubre de manera arbitraria y un tanto caprichosa. Es que quería contar la historia de una mujer común, que como tantas otras, fue una niña traviesa y juguetona, que creció, se enamoró, se casó, y tuvo hijos. Una historia común. Pero en las historias comunes, mínimas y anónimas, se esconden grandes proezas que pueden modificar pequeños mundos. Este es el caso.


A Ana la conozco desde que teníamos 7 u 8 años, no recuerdo exactamente. Era la segunda de cuatro hermanos, después llegaron dos hermanas más, y Ana ayudaba a su mamá con el cuidado de las más chiquitas. A sus 9 años venía a jugar a casa con su hermanita de 2 a cuestas, la cuidaba, le cambiaba los pañales, y jugaba con nosotras con una naturalidad asombrosa: “Siempre lo tomé como una actividad más de mi niñez, no lo vi como una tarea extraordinaria que yo tenía que desarrollar, verdaderamente lo disfrutaba”, relata Ana con soltura.


Ana Funes.

Y así como muchas niñas soñaban con grandes aventuras, conocer el mundo o estudiar una carrera profesional, Ana disfrutaba de su aquí y ahora, y cada cosa que la vida le iba presentando, ella la recibía con gratitud. Según dice siempre tuvo clarísimo que su rol era “casarse y tener hijos”, sin embargo, y a pesar de no haber podido estudiar una carrera universitaria porque tuvo que trabajar desde muy joven para ayudar a su familia, logró destacarse y escalar posiciones en la empresa que le dio su primer trabajo a los 18 años: Hoy es la jefa de Ventas de Aerolíneas Argentinas Jujuy.


Ana es una mujer cuyo ingenio y sentido del humor superan ampliamente su belleza física (que está a la vista). Estar con ella hace bien, su sonrisa es parte de su cara, su risa es contagiosa e inconfundible (se ríe muchísimo) y si bien brilla en distintos roles, sin dudas que la maternidad es su perla. Ana materna no solo con sus hijos, ella está pendiente de cuidar y dar amor a cada persona que se cruza en su camino. Por suerte yo me crucé en el de ella: es una de mis mejores amigas y además es mi familia, me olvidé decirles que está casada con mi hermano. Permítanme este gusto personal.


Entrevista a Ana Funes.

¿Siempre quisiste ser mamá?

La verdad que sí, desde muy chiquita. Yo soy la hermana mayor de seis hermanos, mi mamá trabajaba en casa, entonces era como la discípula de mamá. Yo estoy entre dos varones, después vienen tres mujeres más chicas todavía. Y siempre el rol maternal me tocaba.


¿No era un peso para vos cuidar a tus hermanitas, cambiar los pañales a la más chiquita? No, siempre lo tomé como una actividad más de mi niñez, no lo vi como una tarea extraordinaria que yo tenía que desarrollar (también eran otras épocas, no había modo de que yo confronte con mi mamá de que por qué no lo hacían mis hermanos varones), pero lo tomé con alegría y actualmente tengo mucha responsabilidad de que estén bien. Todavía siento como la carga sobre mis espaldas de que mis hermanas estén bien, ellas me dicen: “¡relajá! No te hagas cargo de esto”. Me hago cargo de armonizar situaciones como si fuera una mamá pero no lo soy. Desde muy chiquita lo viví así. Para mí cuidar niños, cambiar pañales, siempre fue muy natural.


¿Qué creés que heredaste de tu mamá en la forma de crianza?

Yo lo que heredé de mi mamá es el priorizar la armonía emocional de mis hijos. Siempre hay dificultades en la pareja, la economía, en los trabajos, en la familia externa. A lo largo de nuestra niñez atravesamos muchas dificultades, situaciones económicas adversas, una situación de salud menor pero subsanada, y siempre preservar el equilibrio emocional. Y eso es algo que yo agradecí en mi crianza, dudo que mis viejos no hayan tenido mil dificultades y peleas, pero nosotros jamás lo sabíamos. Por ahí me acuerdo de salir afuera y verla a mi mamá colgando la ropa calladita, pero era su máxima catarsis (risas). Y es algo que yo a veces lo sufro, y por ahí tengo ganas de explotar, pero si están los chicos digo bueno, no importa, pongo la otra mejilla…Quizás el día de mañana me lo reprochen, pero yo digo “son niños” y hay situaciones de los grandes que sí hay que hacerlos partícipes, pero en la mayoría dejarlos afuera, porque ya la vida adulta los va a poner en un montón de circunstancias que no les va a quedar otra que afrontarlas. Pero hoy por hoy preservo eso. Veo que es algo que lo tiene mi mamá y que perdura hoy. Trato de suavizar situaciones familiares y siento que es algo que me inculcó mi mama.




Ana con sus dos hijos: Guadalupe y Renzo.

¿Con tu esposo charlan sobre los valores que les quieren transmitir a los chicos?

En lo fundamental estamos totalmente de acuerdo. Hace 20 años que estamos juntos y debemos compartir varias cosas y creo que los valores o el rumbo que les queremos dar a las perspectivas de nuestros hijos, se cae de maduro que coincidimos. Pero claro que somos personas individuales, Guillermo algunas cosas las piensa de un modo y yo de otro, pero siempre lo conversamos previamente o tratamos de no desautorizarnos. Tratamos de que los chicos queden con la palabra de uno de los padres, y después a puertas cerradas, suavizar la situación y revertirla, pero muy protocolarmente, para no desautorizarnos el uno al otro. Pero sí coincidimos en casi todo y creo que esa comunión como padres, hace que los chicos estén más seguros ellos también, porque la cosa es así, o así. No sé si están bien o están mal, pero tienen un marco en el cual moverse. No hay doble mensaje.


"De mi mamá heredé el tratar de preservar el equilibrio emocional de mis hijos”.


Soltar las riendas

¿Cuáles son los desafíos que sentís que afrontás hoy como madre?

Yo creo que ahora, Guadalupe tiene 12 y Renzo 10, el hecho de la inseguridad, las drogas (que eran problemáticas que también había en nuestra época). Pero yo siento que nosotros, el hecho de poder salir a la calle y tener más independencia en algunas cosas, nos hizo un poquito más despabilados. Yo a ellos los veo muy despabilados en tecnología, saben hacer Tik Tok, actuar, pero digo ¿se saben desenvolver? ¿saben tomar un colectivo? Creo que no, eso es lo peor (risas), o dar un vuelto correctamente. Yo a la edad de Guadalupe manejaba perfectamente plata. Ella por ahí me dice “no sé qué hacer, cómo pido”. Son unos aviones en algunas cosas que nosotros éramos unos pavotes, pero en otras me preocupa eso, que sería cómo relacionarse con el mundo. Y después obviamente el tema de la seguridad, que salgan solos…




Ana Funes.

¿Creés que les tendrás que soltar las riendas en algún momento?

Y yo creo que no queda otra, pero acompañando. No me canso de hablarlo, contarles. A diferencia de mi crianza que había temas tabú: el sexo, ni hablar la bisexualidad o ser gay, eran todas malas palabras o temas que no se abordaban directamente. En mi casa no se hablaba ni de preservativo. Esa realidad que yo viví, con mis hijos no existe, se habla de todo, siento que eso es la única garantía que tengo de que van a salir a la calle y van a saber cómo son las cosas, nadie les va a poder vender gato por liebre. Van a tener información real, obvio que uno no les va a dar más detalles de lo que la criatura necesite, aunque a veces su imaginación vuele y hay que estar tamizando la situación (risas). Pero si hay algo que no voy a permitir es que mis hijos salgan a la calle sin información y tratar y rogar que Guille y yo, seamos siempre sus primeros referentes para sacarse una duda, para recurrir ante la situación que fuere. Yo siempre les digo, "ustedes pueden mandarse la macana más grande y nosotros los vamos a ayudar". Nadie los quiere tanto como papá y mamá, de eso no hay duda, la macana que se manden o la situación horrible que pasen, vamos a estar.


"Hablar con mis hijos es la única garantía que tengo de que van a salir a la calle y van a saber cómo son las cosas, nadie les va a poder vender gato por liebre".


¿En este tiempo de cuarentena, de pasar más tiempo juntos en casa, sentís que los conociste más a tus hijos?

Sí, todo lo que les pasa a mis hijos yo intervengo, y me veo participando de cosas que ellos hacen hoy, que si no, no hubiera habido forma. Por ejemplo, charlas que teníamos nosotras a nuestra edad en privado, nuestros papás nunca se enteraban de nuestras pavadas. Hoy yo estoy acá, mi hija está en un zoom, y yo escucho, entonces ¿Cómo abordar eso que escuché, pero sin invadirla? Y no tiene por ahí esos momentos de intimidad y complicidad con sus amiguitas porque yo estoy acá, de oyente. Lo mismo las clases con Renzo, que lo escucho que habla cualquier sandez y me dan ganas de intervenir, pero lo tengo que dejar porque es su clase. Es todo un desafío pero es sumamente gratificante. Inclusive en la cuarentena me descubrí siendo maestra de Renzo, psicóloga de Guadalupe, acompañando procesos que quizá en la escuela y con los pares lo resuelven solos, y ahora es todo la mamá.



Ana, Guadalupe y Renzo.


Dos caras de una misma moneda

¿Qué aspectos de tu vida cambiaron con la maternidad? ¿Hubo renuncias?

A veces recuerdo o anhelo estar sola sin ese alerta permanente de ser mamá. Porque cuando duermo o estoy trabajando re concentrada, sé que los chicos están en clase, a qué hora hay que buscarlos, qué vamos a cocinar. O estoy viajando y estoy pensando si comieron, si no comieron, es un estado de alerta permanente pero al mismo tiempo es tan placentero y reconfortante...En la balanza no hay con qué darle, no cambio por nada ser mamá. Muchas veces lo pienso, pero quizá por esta crianza que tuve, la mamá "Susanita", no había un papá cambiando pañales o cocinando, para bien o para mal, hice el “copie y pega”. Entonces acá estamos con un clon de mi papá durmiendo la siesta (risas). Obvio que renuncio a cosas pero siempre me pasa lo mismo, que soy una “zapalla”, (no me puedo poner otro atributo). Pero yo creo que me muero si un día llego y Guille cocinó, hizo las tareas con Renzo, los bañó, les cortó las uñas y les leyó un cuento. Me siento invadida. Y siento culpa de irme. Ya va a llegar el momento en el que ellos no me quieran ni ver y yo me voy a poder meter en un gimnasio cinco horas diarias si quiero, pero hoy dejarlos para ir al gimnasio…no, prefiero hacer bici acá mientras Renzo ve una película, por ejemplo, y lo disfruto genuinamente, no estoy forzando. Inclusive cuando Guille se va, yo disfruto acá. Siento y asumo con felicidad absoluta de que me tengo que encargar de los chicos y no lo siento como injusto, ni un castigo, ni le voy a reclamar. Es lo que con mucha felicidad afronto todos los días, no me veo como heroína, soy mamá y todos los días hago que siga siendo de ese modo. Creo que tuve la suerte de haber tenido mi trabajo mucho antes de tener a mis hijos, pude hacer muchas cosas, crecer, conocer lugares, y la maternidad me llegó en Jujuy, me acompañó con la cúspide de lo que yo quería.

A

Ana Funes.

¿Qué es lo que más disfrutás?

Lo que más disfruto es acompañar su crecimiento, ver cómo avanzan en cada etapa, desde que nacieron hasta esta edad, (igual son chiquitos todavía, muy mama dependientes, aunque paulatinamente irán diciendo, mama volá). Pero son etapas diferentes y todas son encantadoras y todas tienen su magia, es un descubrir permanente. Cosas que antes no les gustaban ahora les interesa y preguntas y charlas. Las charlas que tengo hoy con Guadalupe, lo que pasó o no, “¿qué opinas?” Y trato de ponerme a su altura para darle la importancia de lo que le está pasando. Lo que más disfruto es acompañarlos en su vida, y espero poder hacerlo hasta el día de mi muerte, acompañarlos en lo que les toque y ayudarlos lo más que pueda. Acompañar a un pajarito que inevitablemente va a dejar el nido pero que sepa que siempre va a estar el lugar al que pueden volver.


“La maternidad es un estado de alerta permanente pero al mismo tiempo es tan placentero y reconfortante. En la balanza no hay con qué darle, no cambio por nada ser mamá".


Ana y sus hijos.


 

por Raquel Abraham

Periodista y comunicadora. Amo contar historias propias y ajenas. foto Ollie Wright

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